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Elogio al errar, vagabundear, perderse en Terapia

Elogio al errar, vagabundear, perderse en Terapia

Carles Rivera



En el mundo actual no hay lugar para caminar sin rumbo fijo, para el vagabundeo, para errar. Eso es así hasta tal punto, que errar tiene dos significados. El primero es “ir de un lugar a otro sin un fin, un motivo ni un destino determinados”. El segundo es “cometer un error o equivocarse en cierta cosa”. Pareciera, pues, que ir de un lugar a otro sin un destino determinado fuera un error. Es cierto que en nuestros días vagabundear, vagar, errar, se considera un error, una pérdida de tiempo, algo sin sentido, algo improductivo. Sin embargo, pienso como Solnit (2015) que “Lo aleatorio, lo inédito, te permite encontrar lo que no sabes que andas buscando y no se puede decir que conoces de verdad un lugar hasta que no te sorprende”. (p. 31).

Así mismo, Solnit, añade “Incluso en esa ruta que no lleva a ninguna parte sobre la colina, esa ruta inútil que sólo podría ser recorrida por placer, la gente había abierto atajos entre las curvas como si la eficiencia fuera un ámbito del que no pudiéramos desprendernos” (p.29).

Ya lo importante no es disfrutar del camino, sino llegar y llegar cuanto antes. ¿A dónde, para qué, cómo? Eso no importa tanto como llegar y llegar rápido. Llegar es lo importante y lo demás es accesorio. De ese espíritu de eficiencia está imbuida la ciencia que critica todo aquello que se aleje de ello. Por su puesto, la psicología y su aplicación clínica, la psicoterapia, debe seguir esos derroteros. Pero nos olvidamos, aunque creo que la Gestalt no tanto, que ese recorrer por placer, ese estar en una sesión de terapia y me refiero a Estar con mayúscula, estar no ir, no tener que llegar a ninguna parte en particular, puede ser más sanador que cualquier otra cosa.

Vagabundeo y falso vagabundeo en terapia

En ese sentido, recuerdo sesiones de terapia en las que como paciente llegaba a la sala de terapia, valga la redundancia, sin querer llegar a ningún lugar en concreto. A menudo ese ir sin expectativa, sin un objetivo concreto, se concretaba en un inshigt relevante o en una vivencia inspiradora.

Ahora, desde el otro lado de la barrera, como terapeuta, también vivo a veces sesiones muy ricas cuando el cliente viene sin nada en concreto y vagabundea yendo de un asunto a otro, pero haciendo contacto con lo que va surgiendo, hasta que finalmente … voilà!!! Aparece algo que le toca, le sorprende, le emociona y me emociona.

Cuestión diferente es cuando el paciente va de un asunto a otro pasando de puntillas sobre todas las cuestiones. Esto pudiera confundirse con ese vagabundeo del que acabo de hablar, cuando en realidad, en este caso, se trataría de un falso vagabundeo que busca no hacer contacto, un vagabundeo que no tiene que ver con el fluir y dejarse llevar de un sitio a otro, sino con resistencias y trampas neuróticas.

Lo que se trata es de un errar creador y creativo, de un libre deambular estando en contacto con uno mismo y con el lugar. A mi modo de ver, para poder entregarse a ese errar creador o a ese vagabundeo del que acabo de hablar, es necesario deshacerse de la obsesión de eficiencia y eficacia de la que estamos imbuidos hoy en día y abrirse más al placer. Y con placer me refiero al gozo y no al goce, al placer que viene de dentro y no tanto el que uno se procura con aquello que está fuera. El gozo es aquel disfrute que viene del alma, que tiene que ver con la pulsión de vida, mientras que el goce, según Lacan, va más allá del placer y en lugar de provenir de las pulsiones de vida, está del lado de la pulsión de muerte y de la repetición.

Para entendernos, así rápido, desde un determinado punto de vista, podríamos decir que el gozo es endorfínico y el goce adrenalínico. Entonces, cuando me refiero que en la sociedad actual sobra eficiencia y falta placer, me refiero al gozo y no al goce.

La siguiente cita de mi admirado Georges Perec ilustra esa falta de gozo en la sociedad en la que vivimos:

Les habría gustado vivir con comodidad, rodeados de belleza. Pero exclamaban, admiraban, y ésta era la prueba más clara de que no vivían así. Les faltaba la tradición -en el sentido más despreciable del término, acaso-, y la evidencia, el verdadero gozo, implícito e inmanente, ese gozo que va acompañado de una felicidad del cuerpo, mientras que el suyo era un placer cerebral. (Perec, s.f.).

Elogio al perderse

Me parce que es casi condición sine qua non perderse para encontrarse, para encontrarse con uno mismo o mejor dicho para encontrarse con esas partes de uno que están escondidas, rechazadas o reprimidas. Volviendo a la metáfora del caminar, es cuando uno se pierde en un paseo que se abre la posibilidad de ver cosas nuevas, diferentes. A menudo sino es porque me pierdo no me “arriesgo” a cambiar de ruta. Solemos preferir ir por el camino conocido. Ello nos aporta control y tranquilidad, pero a su vez nos cierra a la posibilidad de nuevos descubrimientos, nuevos paisajes, nuevas sensaciones. En la vida, como en las sesiones de terapia, nos pasa lo mismo. Si no nos otorgamos el derecho a perdernos, sino le damos espacio a esa sensación de estar perdido, normalmente de inicio poco agradable o incluso enteramente angustiante, nos perdemos la posibilidad de tomar contacto con ciertas partes de nosotros.

Señala Zinker (2003) que “El terapeuta crea un espacio, un laboratorio, un campo de prueba para que el cliente se explore activamente a sí mismo como ser viviente. Esta es la responsabilidad primaria del terapeuta hacia su cliente” (p.12).

Opino que ese espacio que crea el terapeuta debería ser también un espacio en el que poderse perder, un campo de prueba lo suficientemente abierto como para que se facilite al cliente el darse el permiso de perderse. Me parece que ello requiere por parte del terapeuta crear un espacio de confianza y seguridad y a la vez un espacio de libertad en el que el cliente no se sienta dirigido sino acompañado.

Me gusta mucho una descripción de perderse (refiriéndose al perderse espacialmente y que a mi modo de ver tiene un paralelismo muy claro con el perderse personalmente o onticamente) del antropólogo italiano Franco La Cecla en Perdersi, l’uomo senza ambiente:

Perderse significa que entre nosotros y el espacio no existe solamente una relación de dominio, de control por parte del sujeto, sino también la posibilidad de que el espacio nos domine a nosotros. Son momentos en la vida en los cuales empezamos a aprender del espacio que nos rodea (…) Ya no somos capaces de otorgar una valor o un significado a la posibilidad de perdernos. Cambiar de lugares, confrontarnos con mundos diversos, vernos obligados a recrear con una continuidad los puntos de referencia, todo ello resulta regenerador a un nivel psíquico, aunque en la actualidad nadie aconsejaría una experiencia de este tipo. En las culturas primitivas, por el contrario, si alguien no se pierde no se vuelve mayor. Y este recorrido tiene lugar en el desierto, en el campo. Los lugares se convierten en una especie de máquina a través de la cual se adquieren nuevos estados de conciencia (Careri, F., 2002, p.46).

La Cecla nos explica que en las culturas primitivas si alguien no se pierde no se hace mayor. ¡Pues me parecen muy sabios esos primitivos! El dejarse estar perdido, el rendirse en algún momento a no saber, a sentirse perdido, me parece, o al menos esa es mi experiencia, una forma de crecer. Es cuando algo no es seguro, cuando algo no está bajo control (en realidad no lo está nunca, aunque a veces percibimos o creemos que sí) que aparecen recursos que teníamos guardados o ignorados y que nos enriquecen y nos completan.

Expresándolo de otra manera podríamos decir que hay caminantes de muchos tipos, como hay terapeutas también de muchos tipos. Hay terapeutas que necesitan caminar siempre por caminos trillados, yo mismo en muchas ocasiones; como hay caminantes que suelen caminar por caminos trillados. Sin duda es más seguro, pero nos perdemos la posibilidad, valga la redundancia, de perdernos o lo que puede ser lo mismo, de encontrar algo nuevo, diferente, seguramente inesperadamente fértil. Aquellos que caminan bien saben que salirse del camino conocido eleva el nivel de adrenalina, el nivel de atención, de presencia; algo así como arriesgarse en terapia a intervenciones nuevas, espontáneas, en un dejarse llevar creativo y atento a la vez.

Referencias

- Careri, F. (2002). Walkscapes. El andar como práctica estética. Barcelona: Gustavo Gili.

- Solnit, R. (2015). Wanderlust.Una historia del caminar. Madrid: Capitán Swing

- Zinker, J. (2003) . El proceso creativo en la terapia guestáltica. México.D.F.: Paidós

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