Habitualmente cuando intentamos cambiar algo de nosotros mismos empezamos a exigirnos. Solemos comenzar una guerra extenuante entre esa parte de nosotros que quiere cambiar y la que se resiste al cambio. El precio de las guerras suele ser alto y salimos mal parados, ya sea culpabilizándonos por no haber obtenido el cambio pretendido, ya sea desenergetizados por el esfuerzo realizado. Aun cuando conseguimos un cambio desde ahí solemos sentir conflicto y confusión. Generalmente, cuanto más tratamos de cambiar más difícil se torna la situación. Aquello que forzamos se inhibe y el cambio real parece resistirse más y más. Es como que de esta forma alimentáramos, dáramos energía a aquello que pretendemos cambiar en nosotros.
Desde la Gestalt entendemos que es más productivo tomar conciencia, darse cuenta de cómo esta ahora uno mismo, que tratar de cambiar o evitar algo de mí que no me gusta. Cuando uno se pone de verdad en contacto con su propia vivencia, cuando puede mirarse sin juzgarse, descubre que el cambio se produce por sí solo, sin esfuerzo ni planificación.
Vamos a poner un ejemplo de todo ello. Supongamos que siento miedo de hablar en público. Si me fuerzo a no sentir miedo, seguramente lo que pasará es que estaré energetizando el miedo, le estaré dando fuerza. Es posible que me ponga a prueba para intentar demostrarme que no tengo miedo y me retaré a hablar delante de más y más gente. Seguramente lo pasaré mal y probablemente el miedo en vez de decrecer, crecerá, se hará más presente, ocupará todavía más espacio en mi vida. Si por el contrario, lejos de obligarme a no sentir miedo por hablar en público, me acepto miedoso en esta cuestión, el asunto perderá fuerza. Dejaré de luchar contra ello y de sentirme tan mal porque me de miedo hablar en público, sencillamente me sabré miedoso. Desde ahí, desde el no juzgarme por ello, desde el poder aceptarme así, puedo empezar a dar luz al asunto, poner conciencia en la cuestión. Y eso es ir viendo cual es el miedo, más allá de lo obvio. Es ir viendo de dónde viene ese miedo, cómo es, que color tiene, que cara o caras presenta. Y así le voy conociendo y lo que se vuelve conocido como que da menos miedo. Cuando le podemos ver la cara, aunque ésta no sea muy amable, por lo menos se a que me enfrento. Y es que el miedo más grande es a lo desconocido, por tanto cuanto más pueda conocer de él, menos miedo habrá.
Parece que se trata, pues, de menos exigencia y de más conciencia. Y desde ahí los cambios se producirán. Bien es cierto que no son cambios rápidos y seguramente no lo son porque necesitamos ir asumiéndolos, ir haciéndolos nuestros.
Carles Rivera. Psicólogo. Psicoterapeuta gestáltico.
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